
Cuando era niña me gustaba soñar despierta mientras veía fotos de lugares lejanos en libros que había en casa. Mi papá tenía bastantes libros, desde enciclopedias hasta novelas. Pero eran los libros con fotos grandes los que me llamaban la atención, mientras pensaba cómo sería estar en esos lugares.
Alguna vez un amigo me comentó de la energía que se percibe de lugares antiguos tan solo con poner la mano en una puerta, por ejemplo, y cerrar los ojos.

Fotos más novelas que suceden en lugares que un día visitas pueden brindar una experiencia maravillosa.
Recuerdo la emoción que hace algunos años sentí al salir de la estación de trenes en Edimburgo y ver en la cima de aquella colina la imagen del castillo que tantas veces menciona Walter Scott en sus novelas.
¿Serían esas vistas las que inspiraron sus personajes?

Es momento de contar la historia del abrigo negro que llevo puesto. Era mi primer viaje a Inglaterra y el plan incluía viajar a Escocia con una amiga que estudiaba en ese tiempo en la Universidad de Cambridge. Un amigo inglés llamado Gavin que inicialmente me iba a conseguir un departamento prestado finalmente me ayudó a conseguir un Bed and Breakfast cerca de la estación Victoria.
Para el viaje llevaba un abrigo muy pesado que no me calentaba nada y solo me estorbaba. En ese tiempo se usaban las guías de viaje de Lonely Travel y siempre llevaba mapas conmigo.

Un día me fui a caminar por Oxford Street donde hay muchas tiendas, para ver si podía conseguirme un abrigo. Mi presupuesto era muy limitado y los precios en libras excedían lo que podía gastar. Estaba en una tienda viendo los abrigos cuando se acercó un muchacho, no sé si dependiente o dueño, y me preguntó si había encontrado lo que buscaba. Le dije que solo estaba viendo. Entonces me dijo que lo siguiera al fondo de la tienda y me mostró un rack con abrigos que yo no había visto. Me dijo que tenían algún defecto mínimo, pero que escoger uno y me lo podía llevar por 30 libras, bastante barato. Tuve conmigo ese abrigo por muchos años.