Hace algunas semanas estuve conversando con una vecina de la zona donde vivo, mientras hacíamos fila para comprar comida. Hablábamos de que la zona está complicada por el tráfico y que todo mundo quiere pasar primero.
No conocía a la vecina, ni siquiera me dijo su nombre. Me comentó que tiene más de 80 años y que lleva una vida muy independiente, que le encanta tener cines cercanos a su casa.
“El otro día, dijo la vecina, iba cruzando la avenida mientras estaba el semáforo en rojo, y desde un vehículo de transporte público alguien me gritó: quítate estorbo, que tengo prisa. Yo camino despacio desde que me pusieron un marcapasos, pero ese día caminaba mientras tenía el paso por la luz roja, no les afectaba en nada”.
Al escucharla, me dio pena ajena y le dije que lo sentía muchísimo, que no hiciera caso a esas personas inconscientes que abundan en esta gran ciudad. Ella no se ofendió, ya nada la sorprende en esta etapa de su vida. Solo me dijo que lamentaba que esas personas, si tenían suerte, algún día llegarían a tener esa edad donde el cuerpo camina despacio, a su ritmo. Y quien sabe si entonces alguien les dirá quítate estorbo, que tengo prisa.
¿Cuándo perdimos el respeto a los mayores? ¿Les habrá parecido gracioso ofender a la señora por intentar pasarse el alto? ¿No tendrán una madre o una abuela que los espera en casa? Por supuesto que no vale la pena hacer entrar en razón a esas personas, y admiro la actitud de la señora de no tomarse personal esos comentarios.
Somos afortunados quienes crecimos con el ejemplo de nuestros mayores que daban su lugar a las personas de más edad. Siempre que nos sea. posible, cedámosles el paso, escuchemos sus historias y respetemos su existencia. Esperemos llegar con salud y plenitud a esa edad.