Cuando éramos niños, mi papá mencionaba que el tío abuelo del pato Donald llamado Rico Mac Pato era un mentor financiero. Un Warren Buffet, digamos. No tuve realmente conciencia de lo que era un mentor en mi vida hasta que conocí a mi primer asesor-mentor.
Luis Ramos-Gómez Pérez era un fraile dominico especialista en historia primitiva de la iglesia y Edad Media. Había estudiado en la UNAM y obtuvo su doctorado en Oxford. Lo conocí cuando yo estudiaba administración en Ciudad Universitaria, y pasaba mucho tiempo en el Centro Universitario Cultural CUC.
En algún momento yo le ayudaba a hacer presentaciones en Power Point y otras cosas en computadora. En ese tiempo, además de tomar clases en la Facultad de Contaduría, yo iba de oyente a clases de historia en la Facultad de Filosofía y también tomaba cursos de Teología.
Mis inquietudes de cambiar de carrera las compartía con Luis, quien me respondía con acertijos tipo el Oráculo de Delfos, pero que me dio consejos muy útiles que aplico al día de hoy. Y finalmente no cambié de carrera. Me refería a él como mi asesor de temas prácticos, porque aunque era sacerdote, casi nunca hablábamos de cosas religiosas.
Años después conocí a la mentora que cambió mi vida, Evelyn Y.
A Evelyn la conocí cuando yo trabajaba como consultora para una empresa de Connecticut que manejaba marcas para productos de lotería. Evelyn vino a México junto con Nora L., una exitosa ejecutiva hispana que vive en Texas. Ambas me pidieron agendarles citas para negociar marcas locales para el mercado latino de lotería.
Esa primera visita fue significativa por varias cosas. Saliendo de una reunión cuando estaba subiendo al auto, casi me mata un coche que venía manejando sin control y se detuvo justo antes de aplastarme contra mi auto. Solo veía las caras de Evelyn y Nora dentro del auto, y yo pensando en la forma tan triste de morir.

Durante una comida Evelyn nos comentó a Nora y a mí que en el colegio en Nueva York tuvo como compañera a un chica mexicana que era hija de un director de cine y que con el tiempo se convirtió en actriz. Nora y yo quedamos sorprendidas cuando mencionó que su compañera era Diana Bracho, una famosa actriz mexicana.
Así las cosas, pudimos contactar a Diana Bracho un domingo por la tarde mientras paseábamos por Coyoacán. Llegamos a su casa, tocamos la puerta y salió a abrir la puerta muy contenta de volver a ver a Evelyn. Luego quedamos para comer otro día y seguimos escuchando más historias.
Evelyn seguía siendo mi jefa cuando me contrataron para trabajar en Atlanta y agradezco que haya abogado por mí para que la empresa me hiciera una oferta.
Aunque vivía en Seattle, Evelyn y yo coincidimos en algunos viajes y de ahí aprendí muchísimo. Algunas de sus mejores enseñanzas fueron:
- Llevar siempre una gabardina en la maleta porque el clima puede ser impredecible.
- Dejar siempre propina a las personas de limpieza en los hoteles, incluyendo una nota escrita a mano diciendo gracias.
- Al viajar a un lugar nuevo, comprar una pieza de arte por pequeña que sea.
- Visitar por lo menos un museo al viajar.
- Escribir reportes concretos. En ese tiempo yo daba demasiadas explicaciones.
- Explicarme el sentido del Red Hat Society un día que comíamos en Emerils.
- La importancia de unirse a grupos filantrópicos.
- Encontrar los mejores accesorios de cocina en Williams-Sonoma.
- Comunicarme en inglés siendo políticamente correcta.
Evelyn fue una jefa estricta, pero justa y con un enorme corazón. Me enseñó la importancia de tener un mentor en mi vida. Tengo muchos muy buenos recuerdos de ella y espero que pronto podamos volver a coincidir. Sí, uno de esos planes que emergen en estos días de pandemia.
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