Pertenezco a la generación de inmigrantes digitales, quienes nacimos antes de los años 90 y aprendimos a usar los medios digitales proviniendo de un mundo analógico de información, lo que nos cambió la forma de pensar y procesar información.
La primera persona que me dio su cuenta de correo electrónico fue un chico de la Universidad de Texas en San Antonio llamado Joe, a quien conocí en un intercambio de la escuela. Cuando me dio sus datos de contacto y vi su cuenta de correo de AOL no entendí qué era el arroba o dónde se ponía.

Tiempo después, a finales de los años 90 el uso de Internet empezaba a popularizarse en casa. Si alguno de ustedes lo recuerda, no podía usarse la línea de teléfono para hacer llamadas porque se cortaba la conexión a Internet, y se tenía que iniciar el proceso. Tengo muy presente que para mi primer viaje a Europa hice mi reservación en un hotel en Paris usando la página de hotels.com y tuve que hacerlo en varios intentos porque alguien en casa descolgaba el teléfono y la reservación se perdía.
Siempre me ha gustado la tecnología, y afortunadamente en los trabajos que he tendido, era importante contar con dispositivos, desde el radio localizador, los celulares enormes, hasta la Blackberry y finalmente el iPhone.
Mis amigos también me compartían las nuevas plataformas de comunicación, desde My Space, Hi5, hasta que empezó Facebook. Yo viajaba mucho y me parecía fascinante que pudiera estar en comunicación a pesar de la distancia física. Una temporada estuve en Turín, Italia, y me comunicaba por ICQ, una plataforma de chat que ahora pertenece a la historia. Es curioso que hice amigos de otros países con quienes he seguido en contacto hasta ahora, incluso a dos los conocí en persona. Eran otros tiempos.
En mi cabeza, adaptar la tecnología a la vida cotidiana era más sencillo para los nativos digitales, quienes han nacido en un mundo digital con Internet y dispositivos móviles más sofisticados, por lo que se supone que son más adaptables y permeables a las nuevas tecnologías. Pero al parecer no es así.
Sería un error suponer que los jóvenes son más conocedores de la tecnología que sus mayores simplemente porque han crecido en un mundo rodeados de tecnología y aparatos digitales. Muchos saben cómo utilizar una gran cantidad de diferentes dispositivos, no tienen miedo de las nuevas tecnologías y las acogen como parte de sus vidas, pero saben mucho sobre usos particulares de la tecnología relacionados con el ocio y no sobre aspectos profesionales u otros.
Sin embargo, hay gente que aún teniendo acceso a plataformas tecnológicas se niega a adaptarlas a sus actividades cotidianas por creer que sus datos están expuestos, o que es una herramienta de control y manipulación.
Mientras escribo esto, el mundo sigue avanzando y la tecnología se vuelva parte fundamental de nuestra vida. Ya sea usando la Thermomix para cocinar, Alexa para hacer nuestras casas inteligentes, o usando aplicaciones para medir nuestro avance al hacer ejercicio, nos guste o no la tecnología avanza a pasos agigantados, ocasionando una brecha digital que se hace cada vez más grande.
En días recientes me encontré con un amigo que es profesor de artes escénicas y me comentó que ha tenido alumnos que se niegan a usar plataformas de comunicación como WhatsApp o Facebook, donde se comparten tareas y actividades de los cursos. Lo que estos chicos no se dan cuenta que ellos mismos se están relegando a un segundo plano minimizando el valor de las comunidades digitales. Lo que sí pueden hacer es limitar el uso de las plataformas digitales, no negándolas.
La brecha digital es una nueva forma de desigualdad. El factor más importante en esta desigualdad no es el socioeconómico, aunque también importa, sino el nivel cultural y de formación tecnológica.
Recién estoy enseñando a mi mamá a usar un teléfono inteligente. A ella le parecía muy complicado, así que empezamos con lo básico: hacer y recibir llamadas y mensajes de texto. Seguirán otras clases para que ella decida el uso que le quiera dar.
La tecnología no solo sirve como herramienta, sino como forma de generar una identidad, como estilo de vida, como manera de estar en el mundo. Como integrante de la generación de inmigrantes digitales lo conozco de primera mano.