Uno de mis mayores aprendizajes durante la pandemia ha sido el darme cuenta que no vale la pena tener prisa. He vivido muchísimos años corriendo, muy ocupada siempre, con poca paciencia y mínima tolerancia a la frustración. Asumí que era normal el vivir con prisa, sintiendo que el tiempo es limitado para poder hacer todas las cosas que quería.
Pasé bastante tiempo en aeropuertos, preparando maletas y despertando en diferentes ciudades. Fui muy impaciente al manejar, especialmente en sitios con tráfico como la Ciudad de México o Atlanta donde trabajé algunos años. Era muy cansado.
Una vez tuve un accidente en la autopista camino al aeropuerto en Atlanta. Era por la mañana, en la hora del tráfico. Iba con prisa pensando en que tenía que llegar a tiempo a la arrendadora a dejar el auto y tomar el tren a tiempo para llegar a mi vuelo, y al querer rebasar por no ver un auto en el carril de la izquierda di un volantazo que me puso a girar de extremo a extremo hasta que me detuve en el acotamiento derecho. Pasó todo muy rápido. afortunadamente no pasó de pegar levemente a un auto y de recibir una multa que debí atender en la corte semanas después. Por supuesto perdí el vuelo.
¿Recuerdan al conejo blanco en el libro de Alicia en el país de las Maravillas?
El conejo siempre iba con prisas mirando el reloj porque se le hacía tarde. Así yo pasaba de un lugar a otro, de una reunión a otra, comiendo muchas veces sentada en mi escritorio para “no perder tiempo”, quedando muy cansada y muy frustrada.
¿Para qué correr? Para hacer más cosas, para aprovechar mejor el tiempo, haciendo varias cosas al mismo tiempo como una muestra personal de ser efectiva.
A veces la vida es sabia y nos pide hacer pausas para convertirnos en una mejor versión de nosotros. Para detenernos y reflexionar sobre lo realmente importante, y también para darnos cuenta que no todo depende de nosotros, ni de cuánto nos esforcemos. Muchas veces hay que actuar y dejar que las cosas se acomoden. El vivir con prisa no permite que disfrutemos el viaje de estar aquí, en el momento presente, para valorar lo que tenemos y maravillarnos de lo que nos rodea.
Dios creó el tiempo pero el hombre creó la prisa.
Proverbio Irlandés
Estar de prisa ocasiona ansiedad y mucho estrés por anticipar el futuro. Dejamos de poner atención en lo que estamos haciendo, ocasionando accidentes como el que comenté anteriormente.
Desde que dejé de hacer las cosas con prisa mi vida ha mejorado notablemente: disfruto hacer ejercicio, me alimento mejor y mis relaciones interpersonales son mejores. Me he puesto limites, organizo mejor mis horarios y respeto mis espacios.
Lo que más me ha sorprendido con estos cambios fue un sentimiento de culpa por sentirme irresponsable por no estar “ocupada” haciendo muchas cosas. Es liberador aceptar que no todo depende de nosotros, que debemos fluir y dejar de buscar la perfección. Como alguien dijo alguna vez, somos seres perfectibles, no perfectos.